Rutas de alto riesgo

‘Hay caminos que parecen rectos, pero al cabo son caminos de muerte’ (Pr 16,25). Esta cita fue escrita para el pueblo de Israel, sin embargo estos caminos han existido y siguen existiendo hoy día. Este libro trata de esos caminos.

Ed Grafité ediciones
Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 2004. Cuarta Edición 2008

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Descripción

Capítulo 5: Manifestaciones de la soberbia

Hablando en términos generales podemos afirmar que la soberbia empuja siempre a situarse por encima de todo y de todos, aprovechando cuantas circunstancias se le pre­sentan; pero hay algunos modos concretos en los que se manifiesta especialmente y que son reconocidos por la doctrina tradicional de la Iglesia:

+ En primer lugar se encuentran quienes rechazan a Dios, porque no quieren tener a nadie a quien servir: ‘Ni Dios ni amo’. De ellos dice el salmista: «Dice en su corazón el insensato: ‘¡No hay Dios!'» (Sal 53,2). Es el pecado de Lucifer, de nuestros primeros padres, de quienes se apoyan en la razón mientras rechazan la fe, el de muchos intelectuales de las ciencias o las letras que, orgullosos de sus conocimientos, aunque no rechazan a Dios, están hinchados de su propia sabi­duría y desprecian o dejan a un lado la sabiduría de Dios.

+ En segundo lugar están los que niegan cualquier rela­ción de Dios con los dones naturales o sobrenaturales que poseen, porque atribuyen sus dones a su propio esfuerzo y, por lo mismo, los valoran como mérito suyo. Admiten a Dios y lo reconocen como principio de todo, pero se valoran a sí mismos como fuente de todas sus cualidades y capacidades. A estos van diri­gidas las advertencias del Señor cuando dice: «¡Ay, los sabios a sus propios ojos!» (Is 5,21).

+ Hay un tercer grupo al que pertenecen quienes viven envueltos en una valoración exagerada de sus capaci­dades personales, físicas, psíquicas o espirituales, alardean de lo que no tienen como si lo tuvieran o de ser lo que no son en realidad. Esta falsa valoración se traduce en ceguera espiritual, y se manifiesta en situa­ciones como las siguientes:

* quedan incapacitados para ver los defectos propios, toman por virtud lo que no es,
* se ven en un estado de crecimiento espiritual que no se corresponde con la realidad,
* toman iniciativas en las cosas del espíritu creyendo que no necesitan del consejo de nadie,
* ven la paja del ojo ajeno y no ven la viga en el propio,
* desprecian a los demás, y están siempre dispuestos a dar entrada al espíritu de queja, crítica, censura o murmuración.
* intentan ser reconocidos como superiores o mejo­res, y se molestan si no lo consiguen. La oración del fariseo, que tiene el atrevimiento de compararse con el pobre publicano es un ejemplo de ceguera total causada por la soberbia: «El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias'» (Lc 18,11-12). Los constructores de la torre de Babel actuaban también con este grado de soberbia. Estaban tan convencidos de sus capacidades que se propusieron construir nada menos que una torre que alcanzase el cielo: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos» (Gn 11,4).

+ Finalmente hay otros que se consideran a sí mismos como la meta de sus propias acciones y proyectos. Desde esta posición:

* pretenden buscar el reconocimiento y la alabanza por las propias obras,
* obran por egoísmo dejando a un lado la gloria de Dios o el bien del prójimo,
* desean ser considerados como centro y atraer la atención y la aprobación de todos,
* se buscan a sí mismos en la relación con Dios y bus­can los consuelos de Dios más que al Dios de los
consuelos, etc.

Mención aparte merece la soberbia de los espirituales. La soberbia no se detiene en los niveles naturales del hom­bre; por el contrario, no hay nada que se le escape y pre­tende invadirlo todo, hasta las profundidades del corazón, y dominar las relaciones entre el hombre y Dios, donde es más difícil de detectar, debido a la sutileza de las realida­des espirituales. San Juan de la Cruz habla de las «imperfecciones espirituales que tienen los principiantes acerca del hábito de la soberbia» en el libro primero de la Noche oscura:

+ «Les nace muchas veces cierto ramo de soberbia ocul­ta, de donde vienen a tener cierta satisfacción de sus obras y de sí mismos. Y de aquí también les nace cier­ta gana algo vana (y a veces muy vana) de hablar de cosas espirituales delante de otros, y aun a veces de enseñarlas más que de aprenderlas, y condenan en su corazón a otros, cuando no los ven con la manera de devoción que ellos querrían, y aun a veces lo dicen de palabra; pareciéndose en esto al fariseo, que (se) jac­taba alabando a Dios sobre las obras que hacía y des­preciando al publicano» (1 Noche oscura 2,1).

+ «A éstos muchas veces les acrecienta el demonio el fervor y gana de hacer más éstas y otras obras, porque les vaya creciendo la soberbia y presunción… Y a tanto mal suelen llegar algunos de éstos, que no que­rrían que pareciese bueno otro sino ellos; y así, con la obra y (la) palabra, cuando se ofrece, les condenan y detraen, mirando la motica en el ojo de su hermano y no considerando la viga que está en el suyo; cuelan el mosquito ajeno y tráganse el camello» (Ibídem 2,2).

+ «A veces también, cuando sus maestros espirituales… no les aprueban su espíritu y modo de proceder (por­que tienen gana que estimulen y alaben sus cosas), juzgan que no les entienden el espíritu o que ellos no son espirituales… Y así luego desean y procuran tratar con otro que cuadre con su gusto, porque ordinaria­mente desean tratar su espíritu con aquellos que entienden que han de alabar y estimar sus cosas, y huyen como de la muerte de aquellos que se las des­hacen para ponerlos en camino seguro, y aun a veces toman ojeriza por ellos… Tienen algunas veces gana de que los otros entiendan su espíritu y su devoción, y para esto a veces hacen muestras exteriores de movi­mientos, suspiros, y ceremonias» (Ibídem 2,3).

+ «Tienen empacho de decir sus pecados desnudos por­que no los tengan sus confesores en menos, y vanlos coloreando porque no parezcan tan malos, lo cual más es ir a excusar que a acusar. Y a veces buscan otro confesor para decir lo malo, porque el otro no piense que tiene nada malo, sino bueno» (Ibídem 2,4).

+ «También algunos déstos tienen en poco sus faltas; y otras veces se entristecen demasiado de verse caer en ellas, pensando que ya habían de ser santos, y se eno­jan contra sí mismos con impaciencia; lo cual es otra imperfección. Tienen muchas veces grandes ansias con Dios por que les quite sus imperfecciones y faltas, más por verse sin la molestia dellas en paz que por Dios, no mirando que, si se las quitase, por ventura se harían más soberbios y presuntuosos» (Ibídem, 2.5).

En otra parte de sus obras, cuando habla de los males en que puede caer quien pone el gozo de su voluntad en los bienes morales, cita siete efectos, el primero de los cuales -dice- «es vanidad, soberbia, vanagloria y presunción, por­que gozarse de sus obras no puede ser sin estimarlas; y de ahí nace la jactancia y lo demás, como se dice del fariseo en el evangelio, que oraba y se congraciaba con Dios con jactancia de que ayunaba y hacía otras obras buenas» (3 Subida 28,2).

Y sigue diciendo: «El segundo daño comúnmente va encadenado de éste, y es que juzga a los demás por malos e imperfectos comparativamente, pareciéndole que no hacen ni obran tan bien como él, estimándoles en menos en su corazón, y a veces por palabra. Y este daño lo tenía tam­bién el fariseo, pues en sus oraciones decía: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapa­ces, injustos, adúlteros'» (Le 18,11). De manera que en un solo acto caía en estos dos daños, estimándose a sí mismo y despreciando a los demás; como el día de hoy hacen muchos que dicen: ‘No soy como fulano, ni obro esto ni aquello como éste o el otro’. Y aún son peores que el fari­seo muchos de estos, porque él no solamente despreció a los demás, sino también señaló parte diciendo: ‘Ni soy como este publicano’ (Lc 18,13); mas ellos, no se conten­tando con eso ni con esotro, llegan a enojarse y envidiar cuando ven que otros son alabados o que hacen o valen más que ellos» (3 Subida 28,3).

Preguntas para el diálogo:

1. ¿En qué consiste la soberbia de los que rechazan a Dios?
2. ¿Por qué son soberbios quienes atribuyen sólo a su propio esfuerzo los dones que poseen?
3. ¿Qué es la soberbia de los espirituales?

ÍNDICE

Introducción

1. La concupiscencia
2. Clases de concupiscencia
3. Los pecados capitales
4. La soberbia
5. Manifestaciones de la soberbia
6. Orgullo y soberbia
7. Presunción y jactancia
8. Vanagloria e hipocresía
9. Efectos de la soberbia (I)
10. Efectos de la soberbia (II)
11. Efectos de la soberbia (III)
12. Remedios contra la soberbia
13. Ejemplos bíblicos de soberbia
14. La avaricia
15. Efectos de la avaricia
16. Remedios contra la avaricia
17. Ejemplos bíblicos de avaricia
18. La lujuria
19. Efectos de Ja lujuria
20. Remedios contra Ja lujuria
21. Ejemplos bíblicos de lujuria
22. La ira
23. Efectos de la ira
24. Remedios contra Ja ira
25. Ejemplos bíblicos de ira
26. La gula
27. Efectos de la gula
28. Remedios contra Ja gula
29. Ejemplos bíblicos de gula
30. La envidia
31. Efectos de la envidia
32. Remedios de Ja envidia
33. Ejemplos bíblicos de envidia
34. La pereza
35. Efectos de la pereza
36. Remedios contra Ja pereza
37. Ejemplos bíbJicos de pereza

Apéndice

Índice de citas bíblicas y del Catecismo