Descripción
Capítulo: 9 Conocer a Jesucristo (I)
«Respondió Jesús: ‘No me conocéis a mí ni a mí Padre. Sime conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre’».
(Jn8,19)
Todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús por quién perdí todas las cosas y las tengo por basura.
1. ¿Conocemos a Jesucristo?
Nadie como el Hijo conoce al Padre. Nadie como él nos lo puede revelar y nadie como él nos puede poner en relación con él. Por eso, conocer a Jesucristo, es conocer también al Padre. Quienes nos consideramos discípulos de Jesucristo, podemos caer sin darnos cuenta en un error grave, cuando pensamos en nuestro conocimiento acerca de él: podemos tener noticias acerca de él, podemos saber muchas cosas acerca de él, conocer su vida y milagros, haber visto muchas películas sobre él, saber muchas frases suyas de memoria, etc. Pero puede suceder que, al mismo tiempo, nuestro conocimiento espiritual acerca de él sea muy pobre, cuando es precisamente éste el que desborda el saber humano y expresa una relación existencial. En este sentido hemos de emplear el verbo conocer también cuando nos referimos a Jesucristo: no consiste sólo en saber acerca de él, sino sobre todo en tener experiencia de él.
Jesucristo, el hijo de Dios que se hizo hombre, se ha dejado ver y oír, tenemos noticia de sus palabras y sus obras. A través de ellas podemos acceder a sus sentimientos y a su mente; además está presente de muchos modos a través de los cuales podemos relacionarnos directamente con él. Se nos han dado toda clase de facilidades para llegar a su conocimiento y entrar en comunión con él: facilidades intelectuales y espirituales. Pero todo esto no es suficiente para un verdadero conocimiento. Saber acerca de Cristo implica tener experiencia y conocimiento profundo de Cristo. Eso lo demostraron ya algunas personas en tiempos de Jesús. Citaremos dos ejemplos:
+ Jesús vivió en Nazaret treinta años, durante los cuales «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). Mas tarde, al empezar su vida pública, les explicó a sus paisanos durante una visita a Nazaret quién era él realmente, de tal manera que «estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,2); pero todo terminó mal, porque «levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle» (Le 2,29). Los celos y la envidia les hablan cerrado sus ojos y sus oídos a la evidencia.
+ Otro caso: Felipe, uno de los doce, llevaba mucho tiempo con el Señor. Se supone que lo conocería bastante, pero un día oyó que el Maestro le decía: «¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?» (Jn 14,9). Si alguna otra persona hubiese dicho a los nazarenos o a Felipe que no conocían a Jesús, es posible que éstos se hubieran enfadado. Sin embargo, está claro que lo conocían sólo por fuera, tenían nociones acerca de él, pero no lo conocían espiritualmente. ¿A cuántos discípulos de hoy les pasaría lo mismo?
2. ¿Qué significa conocer a Jesucristo?
Conocer a Jesucristo es acercarnos intelectualmente a él para conocerlo mejor, aceptar su palabra como verdadera poniéndola en práctica mediante la obediencia y el servicio, y hacernos semejantes a él por la acción del Espíritu Santo. El verdadero conocimiento de Jesucristo comienza por un acercamiento intelectual y termina por la transformación en él. Así se cumple la afirmación del Maestro, según la cual la vida eterna consiste en el conocimiento del Dios verdadero y de su enviado Jesucristo (Jn 17,3).
Por supuesto, nos referimos a la persona de Cristo, pero no podemos perder de vista que él es el Hijo que nos refleja al Padre, el «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Hb 1,3), es decir, imagen perfecta del Padre. Por lo tanto el conocimiento y la experiencia que tengamos de Cristo se convierte en conocimiento y experiencia del Padre. San Pablo nos habla del «conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Co 4,6), es decir, la revelación de Dios se hace por medio de Cristo y así se comunica. Por eso puede hablarse en el mismo sentido del conocimiento de Dios y del conocimiento de Cristo, del acercamiento a Dios y del acercamiento a Cristo.
+ Cuando Pablo explica a los cristianos de Éfeso el sentido de los ministerios, les hace saber que son «para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,12-13). Con estas palabras nos está diciendo que el conocimiento pleno es inseparable del estado de perfección y madurez cristiana.
+ Otra razón para buscar el conocimiento de Cristo consiste en que en él «están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,3). El crecimiento en la relación o conocimiento entre el cristiano y su Maestro lo introducen en la intimidad de Cristo y le hacen partícipe de los tesoros que quedan ocultos para quienes no avanzan por ese camino.
+ Con la expresión ‘conocimiento de Cristo’ se designa también lo que a los hombres se les ha dado por medio de Cristo. Pablo dice a los cristianos de Éfeso que ora al Padre para que «podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios» (Ef 3,18-19). La profundidad de este conocimiento tiene que ver con la experiencia consciente del amor de Dios en el cristiano, a pesar de que le resulta imposible llegar a comprender la profundidad infinita de ese amor.
Para S. Pablo, el conocimiento de Cristo llega a sus últimas consecuencias cuando lo entiende y desea como comunión en los sufrimientos de Cristo, en los que ve el grado más profundo de identificación y condición necesaria para participar también de la gloria que nos está reservada en Cristo. La meta de su identificación con él pasa, como enseña a los cristianos de Filipos, por «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3,10-11). Pablo menciona aquí tres áreas de conocimiento de Cristo: a) en la comunión de sus sufrimientos, b) conformándose con su muerte, c) en el poder de su resurrección. Es decir, el conocimiento alcanza a la persona en todo lo que es y significa, pero de modo especial en aquello que la caracteriza en su ser, en su misión o en ambas realidades a la vez.
+ Quería conocerlo en el poder de su resurrección, por que el poder que resucitó a Jesucristo de entre los
muertos está al alcance de todo cristiano. La palabra revelada nos dice que: «con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef 2,6). La victoria que alcanza Cristo en su resurrección es, por lo tanto, nuestra victoria, y conocer el poder de la resurrección de Cristo es experimentar también victoria
sobre todos los enemigos.
+ Quería conocer a Cristo en la comunión de sus padecimientos. Por lógica, conocer a Cristo en el plano de la vida significa participar de toda su experiencia y no sólo de aquellas manifestaciones que nos resulten agradables. Muchos cristianos se sumarían a la experiencia de la resurrección, pero serían muchos menos los que aceptaran la experiencia de sus sufrimientos. Tal vez por eso, por nuestro intento de seleccionar la experiencia con Cristo, nos quedamos tantas veces sin ninguna experiencia. Sin embargo, la cima del amor de Cristo se manifestó en la cruz y los sufrimientos, porque amor y sufrimiento caminan juntos, de tal manera que la cruz es la simbiosis más perfecta de ambos. Aspirar a la experiencia del amor de Dios implica de modo automático aceptación de la experiencia del sufrimiento.
+ Quería conocer a Cristo conformándose con su muerte. Toda la vida del cristiano es un proceso continuado en el que estamos dando muerte al hombre viejo y recibiendo transformación en hombre nuevo. Pero esto no es posible si no damos muerte al ‘yo’, porque no es posible la cohabitación entre el hombre nuevo y el viejo en un mismo corazón, ya que el orgullo que domina a éste impide todo conocimiento de Dios, al estar centrado en el conocimiento de sí mismo y la exaltación de sí mismo. Crecemos en el conocimiento de Dios a medida que vamos muriendo a nosotros mismos.
Este conocimiento de Cristo, que tiende a ser fusión de mentes y corazones, no es un trabajo fácil, sino que dura toda la vida, pudiendo considerarse dichoso aquel que llega a alcanzarlo en plenitud. Por eso dice Pablo: «No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12). Ése es el secreto del éxito final: continuar la carrera, sabiendo que aquí hay medalla para todos los que llegan a la meta y que la medalla es mucho más preciosa que el oro y que todos los metales preciosos juntos.
3. Importancia del conocimiento de Cristo
El plan de Dios para el hombre no se limitó a enviar a su Hijo para redimirnos de nuestra esclavitud y ofrecernos la salvación que viene por él. En tal caso podríamos haber tenido una especie de relaciones comerciales, mediante las cuales podíamos aprovechar una oferta que venía del cielo a través de su representante en la tierra que era Cristo, y apropiarnos de ella cumpliendo los requisitos que se nos pidieran. Pero no es así. El Dios todopoderoso se complace en el amor, nos ama gratuitamente y ha extendido las redes de su amor sobre los hombres de tal manera que quiere que nos abramos a él para darle la oportunidad de hacernos verdaderos hijos suyos y partícipes de su vida. Cuando entendemos esto, nuestros esfuerzos por conocer a Cristo —a través del cual se realizan todos los planes de Dios para el hombre— nos llevan a ponerlo en primer lugar en nuestras vidas y a dejar al Espíritu que desarrolle en nosotros la filiación que nos ha dado y nos conduzca hacia la madurez que se plasma en la reproducción de la imagen de Cristo en nosotros.
+ San Pablo, que lo entendió como nadie, ponía énfasis en este conocimiento de Cristo al proclamar ante los Filipenses este misterio de amor. Les decía: «Lo que era para mi ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,7-8).
Preguntas para el diálogo:
1. ¿Qué quiere decir conocer a Jesucristo intelectualmente?
2. ¿Y qué quiere decir conocerlo espiritualmente?
3. ¿Puede un discípulo suyo conocerlo sólo con la inteligencia? ¿Por qué?
ÍNDICE
Introducción
1. Conocimiento de Dios
1. Dios quiere que le conozcamos
2. El hombre necesita conocer a Dios
3. ¿Qué significa conocer a Dios?
4. Primeros pasos en el conocimiento de Dios
2. Conocimiento intelectual de Dios
1. Vías de conocimiento de Dios
2. La existencia de Dios
3. Dificultades
3. Conocimiento espiritual de Dios
1. El conocimiento espiritual
2. Conocimiento y experiencia
3. El alcance del conocimiento
4. ¿Quién y cómo es Dios (I)
1. ¿Quién es Dios?
2. Dios es uno y trino
3. Dios es espíritu
4. Dios es luz
5. ¿Quién y cómo es Dios? (II)
1. Dios es la verdad
2. Dios es amor
3. Dios es el creador
4. Dios es santo
6. ¿Quién y cómo es Dios? (III)
1. Dios es justo
2. Dios es fiel
3. Dios es eterno
4. Dios existe por sí mismo
5. Dios es inmutable
7. ¿Quién y cómo es Dios? (IV)
1. Dios es omnipotente
2. Dios es omnisciente
8. ¿Quién y cómo es Dios? (V)
1. Dios es omnipresente
2. La presencia de Dios en el mundo
3. ¿Lejos o cerca?
4. La presencia de Dios en Cristo
5. Presencia por el Espíritu Santo
9. Conocer a Jesucristo (I)
1. ¿Conocemos a Jesucristo?
2. ¿Qué significa conocer a Jesucristo?
3. Importancia del conocimiento de Jesucristo
10. Conocer a Jesucristo (II)
1. Conocer al Padre por medio del Hijo
2. Signos del conocimiento del Hijo
3. Resultado: transformación en Cristo
Índice de citas bíblicas
Citas del catecismo