Intercesores con Cristo

Aproximación a la misión intercesora del cristiano como miembro de un pueblo sacerdotal llamado y capacitado para interceder con Cristo ante el Padre.

Ed Grafite, 159 p.
Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 1997, Octava Edición 2006

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Descripción

Capítulo: LA LEY FUNDAMENTAL: Permanecer en Cristo

«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la Palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado »
(Jn 14,23-24)

Colaboradores secundarios, pero necesarios

En el tema anterior vimos cómo el intercesor tenía que colocar­se en el centro de distribución de la misericordia de Dios para influir en su acercamiento a la Humanidad. Esto es importante, pero insuficiente. El éxito de nuestros trabajos con Dios o para él depende en último caso de Dios y de nuestra colaboración someti­da a él y dirigida por él. Existe el peligro de equivocarnos, y creo que de hecho este error es muy frecuente y se produce cuando pen­samos que nuestra colaboración con Dios se realiza en un plano de la igualdad, es decir, cuando creemos que nuestro trabajo es de la misma calidad que el suyo o tiene tanta importancia como el suyo; como si se tratara de una sociedad en la que uno pone una parte pequeña del capital al lado de otro que pone la parte mayoritaria. Ahora bien, lo que nosotros aportamos no es de la misma calidad ni del mismo valor que lo que aporta el Señor.

+ Los discípulos somos, como intercesores, colaboradores secundarios y dependientes. Con esto queremos decir que nosotros no somos de la misma categoría que nuestro ‘socio’ principal, sino que nuestra colaboración es necesa­ria únicamente porque él quiere tenerla, pero no porque la necesite; y por otra parte, que nuestra colaboración no ser­viría de nada, sí no estuviera marcada por el sello de su poder y su presencia.

+ En segundo lugar, esta colaboración, a pesar de ser tan peque­ña, está condicionada por nuestra relación con el Señor. El cristiano es, no lo olvidemos, alguien que está en Cristo. Desde esta posición es como tiene que realizar todas sus operaciones de discípulo. Y es en definitiva su modo de estar en Cristo vitalmente lo que le califica como intercesor apropiado, ya que en último caso —digámoslo una vez más— sólo hay un Sumo Sacerdote, un Intercesor válido ante Dios, y éste es su Hijo.

Permanencia en la palabra de Dios

Puesto que la Palabra es la fuente de información a través de la cual Dios nos habla, y además es totalmente fiable, conviene que partamos de lo que ella nos dice:

+ La permanencia en él es un mandato y la posición correcta para dar fruto: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permane­céis en mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15,4).

+ Jesucristo es la morada normal de sus discípulos: «Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

+ La permanencia en él es la condición fundamental para un buen intercesor: «Si permanecéis en mí, y mis palabras per­manecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo consegui­réis» (Jn 15,7).

+ La permanencia no significa estar a su lado, sino estar vivien­do en él su misma vida, con una vida personal tan transforma­da en la suya que parece fundida en la suya, perdida en la suya, hasta el punto de recibir la vida de él como el sarmien­to la recibe de la cepa. Cuando no sucede esto, no podemos dar fruto o lo que el Señor llama fruto, que con frecuencia no coincide con lo que nosotros llamamos ‘fruto’.

+ No hay distintas clases de cepas de las que podemos recibir vida y capacidad; sólo hay una y ésta es Jesucristo. Cuando nos autoinjertamos en otras cepas no recibimos vida y, en consecuencia, tampoco producimos frutos de vida. El inter­cesor es, según este planteamiento, aquel que vive en él, recibe vida de él, pide lo que quiere —de acuerdo con el Sumo Intercesor con el que vive identificado, y por tanto no sabe pensar ni querer ni pedir otra cosa distinta— y para terminar consigue lo que pide.

La prueba de la permanencia: Guardar sus mandatos

¡Separados de él no podemos hacer nada! Y sin embargo ape­nas nos preocupamos de ver si estamos en él o separados de él y, en el primer caso, si estamos bien o mal injertados. ¿Por qué? Cuando tratamos asuntos importantes necesitamos pruebas y seguridades. ¿No es lógico que, tratándose de algo tan importan­te como de la posibilidad de alcanzar para el mundo la misericor­dia y el poder de Dios, tratemos de ver si estamos en condicio­nes de hacerlo? ¿Cómo lo podemos saber? También tenemos la respuesta en la palabra y por boca del mismo Señor:

+ Es la condición primera para ser discípulo, es decir, antes de soñar con una permanencia real y profunda en él y mien­tras estamos recorriendo el camino del acercamiento, ya hemos de caracterizarnos por guardar sus mandamientos. ¡Cuánto más habrá que guardarlos, si queremos permanecer en él! Es imposible permanecer en él y no guardar sus man­damientos, como es imposible, por ejemplo, que estén jun­tas la luz y las tinieblas: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Jn 8,31).

+ Guardar sus mandamientos —su Palabra— es la señal de que amamos a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5,3). Más aún: es señal de que el amor de Dios viene a nosotros: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10).

+ Por tanto el resultado siguiente es la comunión en el amor de la Trinidad: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Y entonces y desde ahí nada es imposible.

A ejemplo del sumo intercesor

Dicen el Espíritu y la Palabra: «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1 Jn 2,6). Ni más ni menos. Jesús nos dio ejemplo de cómo vivir la permanencia en el Padre y nos enseñó acerca de ella.

+ Aunque el amor no se puede separar de la realidad, necesi­tamos tener algún tipo de baremo práctico para poder ana­lizar nuestro amor y saber por dónde nos movemos: éste baremo es la propia vida. Los hechos concretos de nuestra experiencia dicen por sí mismos algo acerca de lo que se esconde detrás de ellos, cuáles son las causas que los moti­van, hacia dónde se dirigen, qué efectos producen, etc.

Estos datos nos muestran el amor real o, si lo preferimos, la realidad del amor. ¡Vivir como él vivió! Pero ¿cómo vivió?

+ Vivió unido al Padre:
«Yo vivo por el Padre» (Jn 6,57).
«El Padre y yo somos uno» (Jn 10,30).

+ Para dar gloria al Padre:
«Yo te he glorificado en la tierra» (Jn 17,4).
«Todo lo que pidierais al Padre en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).

+ Haciendo la voluntad del Padre:
«He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38).

+ Llevando a cabo con perfección la misión encomendada:
«Te he glorificado… llevando a cabo la obra que me enco­mendaste realizar» (Jn 17,4).
«Todo está cumplido» (Jn 19,30).

Textos para la reflexión

Col 3,3; Jn l5,5; Jn 14,23; Jn 15,4.

Preguntas para el diálogo

1. ¿Cuál de los textos anteriores te da más luz sobre el valor de la permanencia en Cristo?
2. ¿Qué relación hay entre la permanencia y una intercesión fructífera?
3. ¿Cuál es el camino a recorrer para llegar a permanecer en él?

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

Origen y significado de la intercesión
La intercesión en el plan de dios
La mediación en el antiguo testamento
La mediación en el nuevo testamento
Nuestro sumo sacerdote
Otras cualidades de nuestro sumo sacerdote
El intercesor, colaborador de dios
En la escuela del intercesor
El privilegio de la intercesión
El sacerdocio común de los discípulos de cristo
Al encuentro de los problemas
Al encuentro de los remedios I: Quitar obstáculos
Al encuentro de los remedios II: Ir a las fuentes
La posición del intercesor
La ley fundamental: Permanecer en Cristo
Interceder con fe y sin desfallecer
Interceder según su voluntad y para su gloria
Interceder en el nombre de Jesús y en el Espíritu
Interceder con autoridad y poder I
Interceder con autoridad y poder II
Aliados de la intercesión
Intercesiones de abraham, moisés y daniel
Oración de intercesión de Jesús
La oración de intercesión en equipo

Índice de citas bíblicas y del catecismo