El Hombre

Qué es el hombre?. He ahí una de las preguntas fundamentales que alguna vez en la vida todas las personas nos planteamos, o que todos rehuimos porque preferimos vivir sin respuesta, al menos por algún tiempo.

Ed CCS, 102 p.
Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 2001.

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Descripción

Capítulo 3: El hombre, obra de Dios

«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborre­ces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho»
(Sb 2,24)

1. El hombre es un ser creado

A la falta de respuesta o a las falsas respuestas del hom­bre natural, el cristiano responde con las respuestas de la revelación acerca del hombre y de su presencia en el mundo, respuestas que son verdaderas porque Dios, su autor, es el verdadero. Pues bien, la primera afirmación acerca de la Humanidad es ésta: el hombre es un ser crea­do. Al hacer esta afirmación queremos expresar que el ser humano no se ha dado a sí mismo la existencia ni se ha configurado a sí mismo como persona, sino que ha re­cibido de alguien su naturaleza, su forma de ser, su exis­tencia, todo lo que es y tiene como ser humano, que le hace ser como es, estar presente en la creación y diferen­ciarse de otras especies. Al hacer esta afirmación vamos más allá del conocimiento natural hasta adentrarnos en el terreno de la revelación. Es decir, las investigaciones del hombre le pueden proporcionar cierto grado de co­nocimiento acerca de su origen y evolución a lo largo del tiempo; pero la palabra revelada, en la que nos apoya­mos los cristianos, nos dice que Dios, creador de todas las cosas, es también el creador del hombre.

El Concilio Vaticano II se hizo eco de la pregunta de los hombres acerca de sí mismos y razonaba de este mo­do: «¿Qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como re­gla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La Iglesia siente profundamente estas dificultades y, alec­cionada por la Revelación divina, puede darles la res­puesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer simul­táneamente y con acierto la dignidad y la vocación pro­pia del hombre» (GS,12).

2. El testimonio de la Palabra revelada

San Pablo le decía a su discípulo Timoteo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia» (2 Tm 3,16). Por eso el cristiano se apoya siempre en la Escritura y por eso va­mos a apoyarnos también en ella para conocer la realidad amplia y profunda del hombre. La Palabra revelada en la Biblia nos ofrece, tanto en el AT como en el NT, respues­tas categóricas y esclarecedoras a las preguntas que nos hemos hecho en temas anteriores acerca del hombre.

+ El principio de la Escritura trata acerca de la creación del universo y dedica especial atención a la creación del hombre. Al principio del Génesis ya se nos dice: «Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra ima­gen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra’. Creó, pues, Dios al ser hu­mano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó» (Gn 1,26-27).

+ El salmista piensa en sí mismo y se dirige en oración a Dios diciéndole: «Tú formaste mis entrañas, me tejis­te en el vientre de mi madre. Te doy gracias porque eres sublime, tus obras son prodigiosas. Tú conoces lo profundo de mi ser, nada mío te era desconocido, cuando me iba formando en lo oculto y tejiendo en las honduras de la tierra» (Sal 139,13-15).

+ En medio de su sufrimiento, Job se lamenta ante Dios de su situación, porque cree que es un castigo de Dios por su pecado, y su defensa consiste en recor­darle a Dios que se está ensañando contra algo que él ha creado: «Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡y luego, en arrebato, quieres destruirme! Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme. ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios. Luego con la vida me agraciaste y tu solicitud cuidó mi aliento. Y algo más todavía guardabas en tu corazón, sé lo que aún en tu mente quedaba: el vigilarme por si peco, y no verme inocente de mi culpa» (Jb 10,8-14).

+ Dios habla de sí mismo a través del profeta Isaías con estas palabras: «Así dice el Señor, el Santo de Israel y su modelador: ‘¿Vais a pedirme señales acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis ma­nos? Yo hice la tierra y creé al hombre en ella. Yo ex­tendí los cielos con mis manos y doy órdenes a todo su ejército’» (Is 45,11-12).

+ Y el profeta Zacarías define a Dios como «el que des­pliega los cielos, funda la tierra y forma el espíritu del hombre en su interior» (Za 12,1).

La misma doctrina se enseña en el Nuevo Testamen­to. San Pablo ve que los atenienses, a pesar de su am­plia cultura, están rodeados de ídolos; entonces decide darles a conocer el Dios verdadero que ellos no cono­cen y lo hace presentándolo como el Dios creador de todas las cosas: «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuvie­ra necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y to­das las cosas. Él creó, de un solo principio, todo el lina­je humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra» (Hch 17,24-26).

Juan asistió en espíritu a la liturgia celestial que en la gloria tributan a Dios y al Cordero los ángeles y los bie­naventurados, y relata su visión con estas palabras: «Cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los si­glos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: «Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; por tu voluntad, no existía y fue crea­do»» (Ap 4,9-11). En esta escena la razón fundamental de la adoración y exaltación de Dios es su acción creado­ra del universo. Y deducimos que, si ha creado el univer­so, también ha creado al hombre que forma parte de él.

3. La enseñanza de la Iglesia

La enseñanza de la Iglesia no puede ser distinta de la que nos ofrece la revelación, porque tiene que estar en armonía con la palabra revelada y tratar de profundizar­la. Por eso, desde sus mismos orígenes, la Iglesia ha pro­clamado a Dios como Creador y al hombre como obra de sus manos.

+ Desde el principio de su existencia la Iglesia ha confe­sado sus creencias y las ha recopilado en lo que cono­cemos como el Credo, una compilación de confesio­nes de nuestra fe que ha variado ligeramente con el tiempo, pero que ha conservado siempre lo funda­mental. El Credo o símbolo de los apóstoles, resumen fiel de la fe de los apóstoles, empezaba diciendo: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cie­lo y de la tierra». El Credo o símbolo de Nicea-Constantinopla, fruto de los dos primeros concilios ecumé­nicos en el S. IV, amplía el anterior de los apóstoles, y empieza diciendo igualmente: «Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible».

Recientemente ha sido el nuevo Catecismo de la Igle­sia el que trata con cierta amplitud también el tema de la creación del hombre y, aunque hace referencia a los des­cubrimientos más recientes en relación a la vida y su ori­gen, sigue defendiendo lo que la revelación nos ha ense­ñado desde siempre: el hombre fue creado por Dios. Al tratar el tema de la creación dice:

+ «La catequesis sobre la Creación reviste una impor­tancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explícita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: ‘¿De dónde veni­mos?’. ‘¿A dónde vamos?’. ‘¿Cuál es nuestro origen?’. ‘¿Cuál es nuestro fin?’. ‘¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?’. Las dos cuestiones, la del ori­gen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar» (CEC 280).

ÍNDICE

Introducción

1. El hombre reflexiona sobre sí mismo
1. ¿Qué es el hombre?
2. La evasión como respuesta
3. ¿Qué se pregunta el hombre?
2. Un ser desconcertante
1. ¡Qué grande es el hombre!
2. Y ¡qué pequeño es el hombre!
3. ¿Dónde está la verdad?
3. El hombre, obra de Dios
1. El hombre es un ser creado
2. El testimonio de la Palabra revelada
3. La enseñanza de la Iglesia
4. Cuerpo, alma, espíritu
1. Cuerpo y alma
2. ¿Y espíritu?
5. El hombre creado por Dios
1. ¿Cómo era el hombre creado por Dios?
2. En estado de santidad
3. Los dones complementarios
4. En armonía con la creación
6. A imagen y semejanza de Dios (I)
1. A su imagen y semejanza
2. Dotado de poder
3. Dotado de inteligencia
7. A imagen y semejanza de Dios (II)
1. Dotado de voluntad
2. Dotado de libertad
3. Grandeza de la libertad
8. La libertad
1. ¿Qué es la libertad?
2. ¿Para qué es la libertad?
3. Grados de libertad
4. Limitación de la libertad
5. Educación de la libertad
9. El hombre es un ser moral
1. Libertad con responsabilidad
2. La libertad, puerta para el amor
10. El plan de Dios para el hombre
1. Dios sabe lo que hace
2. Para establecer una relación con él
11. La relación entre el hombre y Dios
1. Relación de conocimiento
2. Relación de amor
3. Relación de servicio
4. Hasta la unión final con Dios
12. Más planes de Dios para el hombre
1. Para reproducir su imagen en él
2. Para hacerle partícipe de su gobierno en la tierra
3. Para que el hombre colaborara en su acción creadora
4. Para manifestar su gloria
5. Respuesta del hombre

Apéndice

Índice de citas bíblicas

Índice de citas del Catecismo