Conoce a Jesucristo. El Maestro

Con Jesucristo, nos encontramos ante un Maestro, de cuya doctrina no se puede dudar, por la simple razón de que no está sujeta a error; el problema del hombre, en el que debe centrar todos sus esfuerzos, está en entender el verdadero significado…

Ed Grafite, 79 p.
Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 2007.

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Descripción

Capítulo 12: Efectos de la enseñanza de Jesús

La enseñanza de Jesús producía efectos en aquellos que la escuchaban. Estos efectos podían ser distintos y aún contrarios, como realmente lo fueron, pero nadie quedaba indiferente ante ella. Creo que se pueden señalar como ra­zones tanto el contenido de la enseñanza como el modo de impartirla. Su enseñanza era aceptada por unos y rechaza­da por otros: aceptada de ordinario por los pequeños, los sencillos, los pecadores… y rechazada por los sabios y so­berbios. Quiere esto decir que unos la escuchaban y la aco­gían, mientras los otros la oían y la rechazaban. Dicho de otro modo: sus palabras penetraban en la tierra buena del corazón cuando lo encontraban abierto; pero se limitaban a golpear la superficie de los corazones duros y soberbios.

+ Jesús interpretaba así los hechos en su oración: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tie­rra, porque has ocultado estas cosas a sabios y pru­dentes y se las has revelado a pequeños» (Mt. 11,25). Lo cierto es que podía haberse aplicado aquella expresión de Dios a través del profeta: «¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña?» (Jr 23,29).

+ ¿Por qué unos estaban tan abiertos y otros tan ce­rrados a su enseñanza? Según la explicación del Maestro, esto era debido a que «a vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no» (Mt 13,11). Pero detrás de esta afirmación hay una razón fundamental: la de corazones abiertos y corazones cerrados. Un ejemplo: los sumos sacerdotes y los fariseos en­viaron guardias para que lo prendieran, pero «los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Éstos les dijeron: ‘¿Por qué no le ha­béis traído? Respondieron los guardias: ‘Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre'» (Jn 7,46). Frente a la opinión sincera y abierta de los guardias aparece la agresividad y la frustración de los fariseos, que les responden: «¿Vosotros tam­bién os habéis dejado embaucar?» (Jn 7,47).

+ El problema fundamental, según el razonamiento de Jesús, es que quien pertenece al Diablo no pue­de escuchar: «¿Por qué no comprendéis mi lengua­je? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vuestro padre es el Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre» (Jn 8,43-44). Lo mismo que el dia­blo «no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él» (Jn 8,44), tampoco pueden permane­cer en la verdad quienes están bajo su autoridad.

+ El Maestro nos enseñó de primera mano los efec­tos que produce su Palabra en función de la acti­tud con que se recibe; beneficiosos cuando se le abre el corazón: «Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no ca­yó, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7,24-25); pero efectos nefastos cuando se le cierra: «Y todo el que oiga estas palabras mías y no las pon­ga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinie­ron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina» (Mt 7,26-27).

La carga de novedad y de verdad que llevaba su doc­trina produjo muchas reacciones hostiles entre los oyen­tes. Jesús explicó el problema cuando dijo: «Tratáis de matarme a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios» (Jn 8,40). Se hizo evidente también que el rechazo de la verdad conllevaba el rechazo del Maestro que la procla­mó, lo que trajo como consecuencia inmediata el intento de eliminarlo. Jesús les dijo: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Jn 8,47).

+ Él había aceptado de antemano el rechazo que iba a producir su doctrina y su modo de enseñar. Des­pués de un discurso muy doctrinal y profundo en la sinagoga de Cafarnaún con motivo de las multi­plicación de los panes, «los judíos murmuraban de él porque había dicho: “Yo soy el pan que ha baja­do del cielo” (Jn 6,41). A continuación habló de la necesidad de comer su cuerpo y beber su sangre para resucitar el último día; y el evangelista co­menta que «muchos de sus discípulos, al oírle, di­jeron: ‘Es duro este lenguaje; ¿quién puede escucharlo?´” (Jn 6,60).

+ En una situación así es más que probable que cual­quier maestro humano tratara de amortiguar los efectos y de controlar la reacción que había produ­cido; pero Jesús, para sorpresa nuestra, fue más allá todavía, pues «sabiendo en su interior que sus discípulos murmuraban, por eso les dijo: ‘¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?’” (Jn 6,61-62). Resul­tado: «Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él» (Jn 6,66). El Maestro conocía los corazones de las personas y sus reacciones; por eso sabía cómo iban a responder unos y otros; sin embargo, no se detuvo. Dijo lo que en ese momento tenía que de­cir, pasara lo que pasara, más aún, lo dijo aun sa­biendo lo que iba a suceder.

+ Por su modo de decir las cosas y por la doctrina que enseñaba corrió el riesgo de quedarse total­mente solo, pero no se amilanó ni descafeinó sus palabras. El rechazo y la soledad que suele seguir­le son dos de los grandes males psíquicos que pue­de sufrir una persona. De hecho, quienes sufren este problema tienen con frecuencia deseos, a ve­ces compulsivos, de suicidio. La soledad y el re­chazo van contra la naturaleza misma del hombre. Pero tampoco este problema ejerció influencia en la actividad docente de Jesús.

+ Los discípulos íntimos ya habían detectado el pro­blema: «Los judíos le buscaban para matarle […] Y le dijeron sus hermanos: ‘Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos (los de Jerusalén y Judea) vean las obras que haces, pues nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas, muéstrate al mundo’. Es que ni siquiera sus hermanos creían en él. Entonces les dice Jesús: ‘Todavía no ha llegado mi tiempo […] El mundo […] me aborrece, porque doy testimonio de que sus obras son perversas» (Jn 7,1.3-6.7). La única razón válida fue ésta: «No ha llegado mi tiempo»; el peli­gro que podía correr porque lo buscaban los judíos para matarle no tuvo influencia en sus decisiones.

+ Pero no todas las reacciones eran de oposición a su palabra. Los limpios de corazón acogían su pala­bra, aunque con frecuencia no entendieran lo que decía: «Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doc­trina; porque les enseñaba como quien tiene auto­ridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29).

Pero tal vez lo más importante sea fijarnos en lo que Jesús dice acerca de su palabra:

+ Dice de ella que es germen de vida que se desarro­lla y produce fruto cuando el hombre la guarda en su corazón y la pone en práctica: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás» (Jn 8,51)

+ Acoger su palabra y guardarla es el único camino verdaderamente válido para entrar en comunión de amor con la Trinidad: «Si alguno me ama, guarda­rá mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

+ Las palabras de Jesús se convierten en vida por obra del Espíritu que las siembra en el corazón del hombre y las lleva al crecimiento hasta que dan fruto: «El espíritu es el que da vida; la carne no sir­ve para nada. Las palabras que os he dicho son es­píritu y son vida» (Jn 6,63).

+ Frente a la enseñanza de los escribas, su doctrina es liberadora. Tres puntales de su enseñanza, y por este orden, son PALABRA, VERDAD, LIBER­TAD: Les decía: «Si os mantenéis fieles a mi Pa­labra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31-32). Y poco después añadía: «Si el Hijo os da la libertad seréis realmente libres» (Jn 8,36).

+ Y porque su enseñanza no es sólo letra, sino letra más Espíritu, su Palabra abre una nueva vía que conduce a la vida: «El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» (Jn 6,63). Si el Es­píritu es el que da la vida, y luego resulta que tam­bién sus palabras son vida, es debido a que Palabra y Espíritu son inseparables en él y donde está su palabra está también el Espíritu. Dicho de otro modo, pero también con palabras del Maestro: «El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna» (Jn 5,24). Aceptar en fe su palabra es abrirse a la vida que trae su palabra.

«Yo no he hablado por mi cuenta, sino que
el Padre que me ha enviado me ha mandado
lo que tengo que decir y hablar»
(Jn 12,49)

ÍNDICE

Introducción

1. El punto de partida: una cultura diferente
2. Dios, el gran Maestro de Israel
3. Pedagogía de Dios con Israel
4. Los intermediarios para la enseñanza de Dios
5. Hacia la plenitud
6. Dios con nosotros
7. Originalidad de su enseñanza (I)
8. Originalidad de su enseñanza (II)
9. Las fuentes de su doctrina
10. Novedades en el modo de enseñar (I)
11. Novedades en el modo de enseñar (II)
12. Efectos de la enseñanza de Jesús
13. ¿Maestro sin discípulos?
14. El máster de discípulos
15. ¿Quién es tu Maestro?
16. Tú eres, Señor, mi Maestro

Apéndice

Índice de citas bíblicas